La Veneno, un icono trans en la memoria cinematográfica de en la cultura audiovisual
Hay personas que marcan una época, no por la grandeza de sus actos medidos con la vara convencional del éxito, sino por la autenticidad revolucionaria con la que habitaron un mundo que no estaba preparado para ellas. Cristina Ortiz Rodríguez —La Veneno— fue una de esas almas que iluminó pantallas desde los márgenes, transformando su vulnerabilidad en fortaleza y dejando una huella indeleble en la historia audiovisual española.
El nacimiento mediático de un ícono improbable
Cuando la cámara de «Esta noche cruzamos el Mississippi» encontró a Cristina en el Parque del Oeste de Madrid en los años 90, nadie imaginaba que ese encuentro fortuito transformaría no solo su vida, sino la percepción colectiva de las personas trans en España. En una televisión nocturna ávida de historias sensacionalistas, Cristina apareció como un vendaval de honestidad cruda, belleza transgresora y humor descarnado que desafiaba las etiquetas.
Lo fascinante de aquellas primeras apariciones es cómo, a pesar del marco exploitativo que la televisión construyó a su alrededor, La Veneno consiguió trascender el papel de «curiosidad» que le asignaron. Entre risas y confesiones, entre provocación y vulnerabilidad, Cristina fue tejiendo su propia narrativa. La audiencia, inicialmente atraída por el morbo, terminó cautivada por su humanidad desbordante.
Aquella televisión de los 90 no entendía que no estaba simplemente exhibiendo a un personaje pintoresco, sino documentando, sin saberlo, a una pionera de la visibilidad trans en prime time. Como críticos audiovisuales, debemos reconocer la paradoja: el mismo medio que la utilizó como reclamo fue el que le dio una voz que, de otro modo, habría permanecido silenciada en las calles donde ejercía la prostitución.
El olvido y la redención literaria
El destino de muchos íconos populares suele incluir un capítulo de olvido, y Cristina no fue la excepción. Tras su época dorada, la industria que la había encumbrado le dio la espalda. Fueron años de oscuridad mediática, dificultades personales y una lucha silenciosa por sobrevivir en un mundo que parecía haberla archivado en el baúl de las «celebridades efímeras».
La llegada de Valeria Vegas a su vida marcó un punto de inflexión. No fue solo una biógrafa, sino una aliada que comprendió que detrás del personaje mediático existía una historia humana que merecía ser contada con dignidad. «¡Digo! Ni puta ni santa» (2016) reconstruyó su narrativa desde una perspectiva íntima y respetuosa, devolviendo a Cristina no solo al imaginario público, sino a su propia historia.
Como observadores del fenómeno audiovisual LGBTIQ+, resulta imposible no conmoverse ante esta reivindicación literaria que llegó, tristemente, en el ocaso de su vida. El libro de Vegas no solo documentó su historia, sino que plantó la semilla para la que sería su definitiva redención cultural: la serie que cambiaría para siempre su legado.
La transformación definitiva: Veneno» como manifiesto audiovisual
Cuando los Javis (Javier Calvo y Javier Ambrossi) decidieron adaptar la biografía de Cristina, no estaban simplemente trasladando una historia a la pantalla: estaban reescribiendo la relación de la industria con las narrativas trans. «Veneno» (2020) llegó como una declaración de intenciones, un ejercicio de justicia poética para una mujer cuya dignidad había sido tantas veces pisoteada por los mismos medios que ahora la celebraban.

Lo revolucionario de la serie no radica solo en su impecable factura técnica o su cuidada dirección, sino en las decisiones conceptuales que marcaron su producción. El reparto trans para interpretar a la protagonista (Jedet, Daniela Santiago e Isabel Torres) no fue una simple declaración política, sino una decisión artística que aportó autenticidad y profundidad a la narrativa.
La mirada de los Javis consiguió lo que parecía imposible: transformar un relato potencialmente melodramático en una pieza de arte televisivo que navegaba con soltura entre el drama y la comedia, entre la crítica social y la celebración de la vida. A través de una estructura narrativa no lineal, la serie nos invitaba a conocer a todas las Cristinas: la niña incomprendida de Adra, la joven que descubre su identidad, la trabajadora sexual del Parque del Oeste, la estrella televisiva y la mujer madura que lucha por sobrevivir cuando los focos se apagan.
Como pieza audiovisual, «Veneno» destacó por su capacidad para recrear distintas épocas con una precisión asombrosa, no solo en términos estéticos, sino emocionales. Cada periodo de la vida de Cristina tenía su propia paleta cromática, su propio ritmo, su propio lenguaje visual, creando un fresco histórico de la España de las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI.
Más allá de la ficción: el documental como complemento necesario
Un año después del terremoto cultural que supuso la serie, «Más de Veneno» (2021) llegó para ofrecer una nueva capa de complejidad al retrato audiovisual de Cristina. Este documental funcionó como un meta-texto fascinante que no solo exploraba el detrás de cámaras de la producción, sino que reflexionaba sobre el propio acto de representar a una figura tan compleja.
Ver a las actrices que dieron vida a Cristina hablando sobre lo que significó encarnarla, escuchar a sus amigas reales contrastando ficción y realidad, o contemplar el impacto que la serie tuvo en una nueva generación de personas LGBTIQ+ que descubrieron a La Veneno décadas después de su aparición televisiva, ofreció una perspectiva única sobre cómo las narrativas audiovisuales pueden transformar la memoria colectiva.
El documental consiguió algo fundamental: humanizar no solo a Cristina, sino también el proceso creativo que la había inmortalizado. A través de entrevistas íntimas y material inédito, «Más de Veneno» completó el círculo narrativo, ofreciendo el contrapunto perfecto a la dramatización de la serie.
Un legado en continua construcción
La historia audiovisual de La Veneno es, en cierto modo, un espejo de la evolución de la sociedad española en su relación con las personas trans. De la exhibición morbosa a la celebración respetuosa, de la marginalidad a la centralidad cultural, su figura ha recorrido un camino paralelo al de muchas otras mujeres trans que, inspiradas por su ejemplo, han podido encontrar espacios de expresión cada vez más dignos.
Quizás lo más poderoso del legado de Cristina es cómo su historia ha trascendido los límites de su propia experiencia para convertirse en un vehículo de reflexión colectiva. A través de su vida, contada y recontada en diferentes formatos audiovisuales, hemos podido examinar nuestros propios prejuicios, nuestras hipocresías sociales y la evolución de nuestra mirada sobre las diversidades.
Como críticos del audiovisual LGBTIQ+, debemos celebrar que producciones como «Veneno» hayan abierto la puerta a una nueva era de representación trans en la ficción española e internacional. Ya no basta con incluir personajes diversos como cuota o como elemento exótico: la autenticidad, la profundidad y el respeto se han convertido en exigencias irrenunciables.
Cristina Ortiz, La Veneno, no vivió para ver esta transformación completa, pero su esencia permanece viva en cada nueva obra que se atreve a contar historias trans con dignidad. Su legado nos recuerda que detrás de cada personaje mediático hay una persona con sueños, dolores y una humanidad inquebrantable que ninguna cámara, por muy invasiva que sea, puede agotar por completo.
En cada risotada desafiante, en cada confesión descarnada, en cada momento de vulnerabilidad capturado por las cámaras, Cristina nos enseñó que la verdadera revolución comienza cuando nos atrevemos a ser auténticamente quienes somos, incluso cuando el mundo no está preparado para recibirnos.
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